lunes, 21 de diciembre de 2009

Trozo (2)*

Comenzaba entonces la danza de los números y Maikol sentía la urgencia de mirar por la ventana para huir de aquella desidia; se lo impedía, pues sabía que su trabajo, monótono, estoico, dependía de aquellas operaciones, per además porque a través de esas cortinas sucias y vidrios opacos sólo staba San José, en una de sus expresiones más tristes: Tierra Dominicana; y que ahí no tenía para ver sino la miseria del vagabundo y la vida diurna de las prostitutas. Cierto que no era el bajo de Cuesta de Moras donde, al pie de los negocios que vomitan reggeatón, adolecen las calles de una hemorragia de aguas negras. En este Norte que tan rápido deviene Oeste hay otro aire, Maikol no lo entiende -lo que no quiere decir que no lo perciba- pero ahí se condensa la vida de hombres de antaño, resuena aun el griterío de los mercados, se siente pasar el Ronda en su bicicleta con una empanada de papa en la bolsa del saco, se adivina el paso de los reos hacia la Penitenciaría. Ahí se diluye la circunferencia de las horas, entre aquel caserío que forma un lago de zinc oxidado que parece expandirse en su oleaje cuando se sube la cuesta que ata Barrio México con el final de la Avenida 7. Un lago habitado por fértiles islas que de cerca se distinguen como almácigos de plátano, lago donde se hunden las calles y de donde emerge la Santísima Trinidad; ahí los piratas manejan un camión repartidor o rebuscan entre la basura, los tiburones se alimentan con piedras de crack y los guapotes pican los bolsillos de los transeúntes. Y en esas aguas, en su biodiversidad incalculablemente humana, Maikol no se quiere sumergir. Le basta vivir en Ipis y ver pasar los cardúmenes que bajan desde los Cuadros y desde Purral para saber que las orillas son apenas seguras y que el risego de aventurarse aguas adentro puede ser otro que perder la vida; puede ser el contagiarse de aquella miseria, de aquella rampante mediocridad, perder la sana distancia víctima de la conmiseración, o de la lástima, y arrojarse a tratar con problemas que no tienen solución. Sabe Maikol, y lo sabe bien, que en medio del olejae de las latas, subir la ventana no basta y que toda la melaza de la purria inevitablemente inundará la nave. Lo que ha oído, y lo que no entiende, es que hay aquél que penetra esos mundos de voluntad propia; unos para intentar ayudar y otros -los peores- para intentar encontrar ahí lo que no logran ver otros, para echarle un baldazo de real maravilloso y balancearse con un diletante paso entre el ardid escritural y el turismo del subdesarrollo, "para revivir a Bukowsky -decía otro- y sentarlo a comerse un ceviche en el Mercado Central". Como si la sensibilidad lo excusara todo. Pero eso a Maikol lo tiene sin cuidado, a fin de cuentas, él ni siquiera sabe que las favellas de Río de Janeiro son atravesadas por buses de turistas norteamericanos. Él sabe que está ahí sentado frente al contador en aquella oficina adornada con aras inintencionales, resolviéndole la vida a Dillinger para que pueda pasar dinero desde Panamá y financiar así sus inversiones, entre las que están numerosos Night Clubs donde los extranjeros visitan la entrepierna de tantas que habitan los inmuebles que componen aquel cuerpo de agua.

1 comentario:

  1. Me gustó más que otros!! La primea parte tiene unos cuantos errores de digitación que deberías corregir. La última línea está buenísima. También me parece que podrías revisar la puntuación. El segundo lo compro! Por más gastado que parezca (de primera impresión) el paralelismo con los "pescaos" creo que funciona bien!

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