martes, 15 de septiembre de 2009

Faroles

Debajo de la gorra de los Lakers, una pañoleta de tela elástica le cubría la cabeza, precipitándosele hasta media espalda en forma de dos tiras que emanan de un lazo. La pantaloneta de mezclilla blanca le cubría la mitad de la pantorilla, preámbulo a un par de tenis amarillos roídos por la vida urbana. Un acompañante lo seguía, entusiasta, portador de una descuidada sonrisa, alzando los brazos en júbilo y agitándolos, tal que su camiseta morada ondulaba envolviendo su torso de niño. De las manitas del primero, que reía también, nacía el mutilado mango de una escoba; en el extremo que apuntaba a la cima de los edificios se retorcía un alambre que fluía hacia el suelo en forma de gancho. Del garfio colgaba un artificio de cartulina materializado en cubo, y en sus paredes, adornada con papel maché, la figura de una verde hoja de cannabis transmitía a la noche la luz de una hirsuta candela.

Se paseaban ambos así por la acera, ocasionalmente dando bocanadas a un cigarro compartido, acercándoseles a las señoras mientras sentenciaban "Vea, doñita, ¡qué pichudo!"

Junto a ellos, separados por una calle angosta, marchaban los otros, acompañados de sus padres, ataviados con la tridimensional fotografía de un campesino ideal, iluminando el campus con decenas de bujías, en celebración más de su niñez que de la Independencia.