lunes, 21 de diciembre de 2009

Trozo (1)*

*Por lo del Cuartel, pero también por otras cosas

Recorrió la calle, en sus costados se adivinaban casuchas cubiertas de sucesivas capas de pintura, rosado, cereza, turuesa, aseguradas con rejas contra el hampa y los influjos de Avenida 7. Luego de unos pasos divisó un callejón entre dos edificios, un callejón encerrado, cortado del mundo por un portón de metal aliñado con varillas retorcidas. A lo largo del callejón, limitado por paredes de madera, se divisaban numerosos almácigos que dotaban de un verde precario el norte de la capital. Maikol llegó entonces a la oficina del contador, ubicada en lo alto de una tienda de electrónica. Sabía ue debía peetrar el escondrijo abarrotado de mostradores de vidrio y antenas de televisión que se extendían como esqueletoss de palomas en el cielo raso; debía preguntarle a alguno de los vendedores por Badilla, quien de mala gana lo iría a llamar hasta el segundo piso, saldría entonces de aquella guarida de trebejos anticuados, útiles sólo para aquéllos cuyas billeteras alcanzaban sólo la tecnología vigintisecular; se pararía frente a la puerta adjunta en aquel estuario de múltiples ritmos, esperaría a que bajara Badilla comenzaría el juego de la hipocresía. Y así fue.

Lo que Badilla llamaba su oficina era el claro al que conducía un camino serpenteante de gradas y balaústres despintados, donde un piso incrustado de conchas desembocaba en un claustro de paredes blanco hueso. Habían tres escritorios, dos archiveros y una mesita de vidrio que habría de servir al café de la tarde y al periódico de la mañana. El piso entonces había devenido un mozaico rojo de pintillas blancas, del cual emergían vrias sillas que, como el edificio entero, traían al hoy los años de 1950 y vertían sobre los hombres recuerdos ajenos, de sombreros y carmín, de novedad añeja, de casimir, de radionovelas, y del griterío del mercado que una vez envolvió la esquina de la calle 6 y la avenida 7.

La oficina estaba compuesta de una serie de espacios colisionados y a la vez independientes, Maikol había comprendido hacía tiempo la lógica de Badilla: esos espacios eran algo así como santuarios, algo así como las capillas laterales dentro de una iglesia, dedicados cada uno a a un tema específico. Cerca de la puerta, una pizarra de corcho aguantaba recordes de periódicos del mes en curso -esa era la capilla de la actualidad- escogidos entre las noticias aquéllos que tenían que ver con el fútbol y el crecimiento económico de la región centroamericana. Más cerca del escritorio de Badilla, encima de su asitente avituallado con el uniforme del Club Sport Cartaginés, se encontraba el rincón patriótico, dnde algunas banderas nacionales provistas de una ventosa vertían su sombra sobre dos calcomanías que leían "Sí al TLC". Junto al escritorio de Badilla, en cambio, se encontraba el santuario de la ubicación, donde un diagrama del sistema solar era seguido en orden descendente por un mapa de Centroamérica y éste por un plano del centro de San José; forma harto compleja de decir "aquí estoy yo".

2 comentarios:

  1. Hola!
    Leo este sitio desde la entrada de septiembre, pero hasta ahora me animo a comentar.

    Siempre me gustan mucho los textos que encuentro por aquí.
    Me gustan particularmente las descripciones de los escenarios. Las imágenes son muy claras y fuertes.

    Saludos.

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  2. Qué bueno el contador "ecléctico", aunque había más carnaval cuando me contaste la anécdota

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