domingo, 9 de agosto de 2009

La Maestra

Para mí era inmensa; en su magnitud se perdían anáforas y lápidas. Yo imaginaba su guarida como hecha de montañas de aserrín y de notas al pie. Su redondez inundaba la sala, cubierta de tela floreada y coronada de eléctricas canas, abandoándose al zumbido de un ceceo dormitante, razonando lo inconmensurable de mares de barro, de negros mandingos y de los manjares de la bocaracá. Yo suponía que de la misma materia de la que se componía su grosicia estaban hechos aquellos planetas entre los que brincaba su pequeña Majestad. Luego, hablaba; y su vocecilla endeble apenas excedía las fronteras de su colosal circunferencia, aun cuando repetía hasta el hartazgo la sentencia: 'Cocorí'.

Marzo 2009

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